En todos los rincones de
Colombia se dan las más conmovedoras y ejemplares historias de seres que con
voluntad de hierro dejan atrás el acoso de las enfermedades, la pobreza y la
ausencia del Estado para salir adelante. Es el caso de doña Eloísa Reyes,
vendedora de caldo de papa, y Luis Quintana, modesto campesino, padres de Nairo
Alexander Quintana Rojas.
Cuando era niño le dio una
extraña enfermedad que hizo creer a todos que moriría irremediablemente antes
de cumplir tres años. Sobrevivió y no solo eso, sino que empezó a estudiar,
pero la escuela era tan lejana y el transporte tan deficiente que le
consiguieron una bicicleta para que le rindiera. Él se enamoró tanto de la
bicicleta y la domó a su gusto, al punto que se convirtió en un profesional y
ahora, pedalazo tras pedalazo, ha conquistado el mundo. Este domingo no solo se
llevó el segundo puesto en la carrera más difícil del planeta, sino el premio
del mejor joven.
El periodista Jorge Enrique
Rojas escribió una conmovedora y completa carta al ciclista en el diario El
País de Cali y en la revista Ciudad Vaga de la Escuela de Comunicación Social
de la Universidad del Valle que Semana.com público hace dos años y ahora
reproduce en su totalidad.
Carta a Nairo
Tal vez nunca leas esto
Nairo. Sé que no te gusta leer y que a veces llegas tan cansado de entrenar que
te quedas fundido viendo las cartillas de sudoku y sopas de letras que tu
entrenador te manda para que también ejercites la mente. Viajé para encontrarte
y que me contaras esa vida de hazaña que has tenido, para que me explicaras de
dónde sacaste esa obstinación, esa persistencia a prueba de golpes para
sobreponerte a los obstáculos que en tu vida han existido desde que naciste;
estuve en el hotel donde te alojaron, en la Casa de Nariño donde te recibió el
presidente, pero fue imposible que me atendieras.
Desde que llegaste a
Colombia te han llevado de un lado a otro para exhibir tu triunfo en tour del
capricho ajeno: noticieros, emisoras, cenas, homenajes. En este país exitista
la escena se ha repetido muchas veces con otros deportistas que, inocentes, se
han dejado llevar por la tromba del estrellato. Por eso te escribo Nairo,
porque anhelo que no te pase a ti.
En los dos minutos que
conversamos antes de que te montaran a un carro con destino quién sabe a dónde,
me dijiste que tú, lo único que querías, era regresar a El Moral, esa loma de
la vereda La Concepción, en Cómbita, donde hace 20 años naciste; regresar para
dormir en tu misma cama, tomar leche recién ordeñada y ver de nuevo a esa novia
que tienes a las escondidas. Tengo la impresión de que eres distinto a otros
ídolos de barro que ante los logros, suelen sufrir de la memoria. Así que por
eso también te escribo, campeón.
Me contaste que querías
volver pronto, entre otras cosas, para enterarte de todo lo que ha pasado
mientras estuviste lejos. Es que fueron 35 días, vea usted, dijiste con tu voz
de monaguillo y ese acento lleno de sílabas estropeadas por aquella ESE
arrastrada más de la cuenta por la que tanto se burlaban tus compañeros del
colegio Alejandro Humboldt. Y sí, tienes razón, mientras corrías el Tour de
l’Avenir, mientras ciclistas franceses y alemanes que dejabas regados en el
camino te insultaban y escupían, algunas cosas sucedieron allá, en el pueblo
donde alguna vez pensaron que tú, tan pequeñito y tan flaco, no podrías llegar
a ser otra cosa que un buen campesino.
La Costeña y Chapulín, por
ejemplo, esos perros de raza callejera y lanas manchadas por la mugre que
cuidan tu casa desprovista de cerraduras y chapas en las puertas, tuvieron
cría: es una manada de seis cachorros de orejas largas y colas enroscadas que
ahora crecen entre las gallinas que cacarean bajo los árboles de uchuva,
tomate, mora y durazno, erguidos a un costado del rancho en medio de bicicletas
descuartizadas, neumáticos desinflados, manubrios oxidados, pedales que están
por ahí regados como si en ese trozo del campo el ciclismo fuera abono
bondadoso para todo.
Ha llovido por estos días.
Así que no te extrañes si en el piso de madera de tu cuarto encuentras ollas,
peroles, vasijas que tu hermano Dayer ha puesto para cuidar de la humedad esa
pieza que comparte contigo. Los agujeros del techo de la casa que tu papá
levantó con adobe y tejas de barro, lo sabes bien, no han podido ser reparados
y el agua se sigue colando. Pero tú tienes el sueño sereno. Dayer jura que aun
en medio de las tormentas duermes como un bebé y que a veces, tumbado de lado,
roncas. Tal vez no estés consciente pero eres su ídolo y en silencio es él
quien te cuida el sueño. Ese muchachito de 18 años se ha desvelado cuando has
tenido malas carreras y, dormido, discutes, dices cosas, como si en la
dimensión difusa de los sueños intentaras alcanzar lo que en la realidad aún no
logras.
Pero de los aguaceros caídos
en tu ausencia hay algo bueno. Gracias a esa lluvia, las tinajas plásticas de
almacenamiento han estado llenas. Así que Luis Guillermo, tu papá, con su
cadera atrofiada por el accidente de tránsito que sufrió de joven y esas
catorce operaciones encima que no pudieron remediarle la cojera, no ha tenido
que pasar mayores trabajos para conseguir el agua que necesita para trabajar en
la panadería que le montaste ahí, en los bajos de la casa. Y tu mamá Eloísa,
con sus 46 años, también ha descansado de caminar los dos kilómetros hasta el
nacimiento de Aguavaruna para traer los baldados que necesita para fregar la
ropa en la lavadora de 26 libras que le regalaste con el primer premio que
obtuviste dando pedalazos en contra del destino. Aunque suene manida, la frase
es cierta Nairo.
Isabel Monroy, la madre
comunitaria que hace veinte años atiende Pato Lucas, la guardería donde a los
ocho meses tus papás te dejaron para poder ir a vender verduras a las plazas de
mercado de Cómbita y Arcabuco, dice que nadie creía que pasarías los tres años
de vida. Sufriste de algo que allá, en las montañas de Boyacá, llaman “tentado
de difunto”: un mal inexplicable del que pocos, dicen, tan sólo los
predestinados para algo, logran salvarse. La mujer, que te quiere como si te
hubiera parido, cuenta que cada mes te daba una diarrea inhumana que te acosaba
por días enteros. Que la sangre se te regaba por nariz y boca cada que tosías.
Y que siempre, sin importar las veces que te bañaran, olías a muerto. Tus ojos,
entonces, permanecían tan apagados como los de un animalito disecado.
María, señora que sabe de
yerbas y otras cosas, le dijo a tu mamá que lo que pasaba es que alguien que
había arreglado a un muerto le había tocado el vientre cuando aún estabas ahí
dentro. Entonces le recomendó un agua hervida con cogollos de nueve árboles y
un bebedizo de arracacha y tierra que de un día empezó a sanarte. El milagro
ocurrió tan pronto que a los dos años, no podrás recordarlo, cuando todavía
gateabas, te volaste de la guardería atravesando medio kilómetro de potreros y
trochas hasta que encontraste tu casa. Eso de correr y escapar, así como lo
hiciste en los riscos más empinados de Francia, contrariando pronósticos y
vicisitudes que parecían mucho para tu tamaño, no es algo nuevo en tu vida: lo
llevas en la sangre.
Y así también llevas el
sacrificio, Nairo. Porque tú no empezaste a montar en bicicleta por gusto, sino
por necesidad: porque tus papás, que ya habían ido al colegio a pedir que les
rebajaran la pensión tuya y la de tus cuatro hermanos, no podían pagar el
transporte para que ustedes llegaran hasta la escuela, lejos, a 18 kilómetros
de tu casa, allá abajo en Arcabuco. Por eso cogiste esa bicicleta todoterreno
que tu papá había comprado para ir a ver las vacas en el potrero. Por eso, ya a
los 12 años, ibas y venías todos los días, a veces con tu hermana Lady trepada
en la barra. Durante cinco años pedaleaste por esa cuesta que los carros deben
subir en tercera, a veces segunda marcha, sin más pretensiones que ir a
estudiar o llegar a los ensayos de danza.
Qué importaba que te
tardaras 45 minutos, mientras la ruta escolar se demoraba 15. En ese tiempo,
aunque no eras muy bueno, recuerda la profesora Flor Mireya Vargas, te gustaba
bailar y lo hacías aunque aquella instructora venida de Tunja te dejara
sentado. Pero tú eras inmune al desánimo. Bajaste y subiste una y otra vez,
sorteando la curva mezquina de La Cantera y las tractomulas que más de una vez
te sacaron de la vía, como aquella vez que rodaste por el barranco y te apareciste
a clases todo reventado.
Siempre fuiste osado. Tu
hermana Esperanza, que te ayudó con setenta mil pesos cuando trabajaba como
empleada doméstica en Barranquilla para que pudieras comprar unos mejores
pedales, creyó que ibas a desistir por tantos golpes. Hace dos años, cuando ese
taxi de Arcabuco se voló el pare y te elevó por los aires y quedaste sumido en
coma por cinco días, todos pensaron que sería el fin de tu carrera. Algo
parecido a lo supuesto por los franceses, alemanes, italianos que ahora, en el
Tour de l’Avenir, te dieron patadas y codazos, hasta que te vieron caer a la
orilla del camino después de gritarte “fucking indian”. Pero no por nada, ahora
pienso yo después de conocer la historia, tú te salvaste de eso que allá en tu
pueblo llaman “tentado de muerto”. Eres un elegido.
Belarmino Rojas, el dueño de
la heladería de Arcabuco, también lo cree. Como si fuera ayer, recuerda que el
4 de abril del 2005, dos días después de que tu papá se hubiera conseguido los
$270.000 para comprarte la primera bicicleta de carreras, cuando te enfrentaste
con Juan Pistolas, el ciclista más temerario del pueblo y lo hiciste polvo en
32 kilómetros trazados en una ruta ida y vuelta que partió de la plaza central
hasta el Alto de Sota. Ese triunfo tuyo aún es leyenda; porque mientras Juan
Pistolas llevaba zapatillas, uniforme de lycra, casco, guantes y la mejor
bicicleta de por esos lados, tu apenas ibas cubierto con la camiseta roja que
ya no aguantaba más remiendos de las manos de tu madre. Belarmino, que ganó cincuenta
mil pesos apostando a tu favor, te regaló la plata para que comparas tu primer
casco. Y tú, en compensación, desde ese día lo llamas padrino.
LECTURA RECOMENDADA POR PROFESOR GERMÁN TORRES ROA
Coordinador Club de Matemática Recreativa
UPTC - Tunja
LECTURA RECOMENDADA POR PROFESOR GERMÁN TORRES ROA
Coordinador Club de Matemática Recreativa
UPTC - Tunja
que triste lo que le paso a nairo sin embargo el no se dio por vencido y siguio adelante hasta que logro triunfar
ResponderEliminarMychos perso lnas y personajes de la historia y del myndo han pasado por cosas peorea pero nunca se dieron porvencidos y la leccion es no subestimar a algien como alguien alguna vez me dijo que hasta el mas bruto algun dia sera tu jefe
ResponderEliminaruna muestra mas de humilda de los boyacences para el mundo
ResponderEliminarMychos perso lnas y personajes de la historia y del myndo han pasado por cosas peorea pero nunca se dieron porvencidos y la leccion es no subestimar a algien como alguien alguna vez me dijo que hasta el mas bruto algun dia sera tu jefe
ResponderEliminarMychos perso lnas y personajes de la historia y del myndo han pasado por cosas peorea pero nunca se dieron porvencidos y la leccion es no subestimar a algien como alguien alguna vez me dijo que hasta el mas bruto algun dia sera tu jefe
ResponderEliminarPobre Man.......
ResponderEliminarPobre soled
ResponderEliminarcomo un boyacense supera tantas metas si se lo propone
ResponderEliminarEndespues de pobre paso aser famoso
ResponderEliminarpobre nairo le toco sufrir arto
ResponderEliminarno importa ser del campo siempre se puede salir adelante
ResponderEliminarUn Boyacense Demostrando El Valor De La Humildad!! 😄😄
ResponderEliminarUn buen boyacense que nunca se da por vencido a pesar de todo lo que paso
ResponderEliminarun buen boyacence el nos demuestra como salir adelante
ResponderEliminarmuchos pueden ser igual que el
ResponderEliminarsi es sierto pero hay que luchar como sea
ResponderEliminarGracias Nairo sos muy grande y le toco sufrir mucho pero ahora nos reprecenta muy bien
ResponderEliminarA NAIRO LE TOCO SUFRIR PARA LLEGAR A DONDE ESTA
ResponderEliminarnairo un verdadero boyacence orgullo de Colombia
ResponderEliminar